29 julio 2015

Literatura con un golpe de suerte

Ya hemos escrito sobre amor, sobre algún término abstracto que asociáis a la poesía, sobre musas baratas y putas de burdel, ya hemos escrito sobre distancias, clavículas, lunares y cualquier parte exótica del cuerpo de alguien, ya hemos escrito  sobre secretos y sobre historias, ya hemos escrito sobre todos los tópicos que tratan de acercarse a algún concepto ajeno a nosotros que, por algún motivo, se empeña en hacernos escupir palabras sin sentido aparente, ¿y ahora?
Ahora seguimos con nuestro afán de crear algo para demostrar que no somos la generación perdida, pero dejad de atribuiros el don de escribir, porque lo estáis masacrando (yo la primera).
Odio muchas cosas, creo que odio muchas más cosas de las que me gustan, odio las colas de los supermercados, odio cruzarme con alguien cuando llueve y que no aparte el paraguas, odio las personas mayores que se cuelan en la farmacia, odio perder las formas, y me pierden las maneras, odio que me griten sin motivo alguno, o con motivo, no me grites, odio las cosas inservibles, como el botón de rellamada o las monedas de uno y dos céntimos, y odio cuando me doy cuenta de que me hacen falta… y algo así me pasa con las personas.
Tengo ese trastorno excesivo de obsesionarme con cualquier cosa que me haga sentir bien, tengo la manía de comprobar dos veces si he apagado la luz antes de cerrar la puerta, de pasar la mano por la arruga del edredón por mínima que sea, me toco la barbilla cuando me pongo nerviosa, y nunca bajo la persiana, suelo amanecer antes que el sol, tengo una estúpida lucha interna sobre si cruzar por los pasos de peatones y mi cerebro siempre anda ideando un plan para hacer arte por amor. Tengo esa tendencia popular a querer las cosas que no he sabido tener, pero suelo recuperarlas. Y así fue como el hombre creó a Dios, en un intento absurdo de esperanza sobrenatural y lucidez espontánea que solo nos lleva a creer en algo más. Y al fin y al cabo, creer no es más que un estimulante vital asociado a la suerte, y al saber estar por la facilidad de quedarse, allí donde radican las posibilidades de que la casualidad finja un desliz y te cruces con el amor de tu vida, y lo esencial se queda en la expectación de las historias que invento con todas las personas que veo sonreír.
Lo esencial se queda en todas las letras que nadie ha escrito aún hablando de ti, la literatura suele hacerme el trabajo sucio y me encanta ensuciarme las manos tratando de crear algo nuestro, algo para ti, y al final siempre extravío cualquier intención de decir algo coherente y acabo con la exaltación de lo que a simple vista parece otra historia de amor.
 Todo va más allá de la distinción entre el bien y el mal, más allá de salvar el mundo con palabras, y otra vez es domingo y correré la misma suerte, vuelvo a casa sin ti y un momento después ya vuelvo a querer verte, y todas mis convicciones y expectativas se limitan a alargar las buenas noches, a volver a prolongar la despedida.
Porque, te das cuenta de que todo idealismo creado de una necesidad sentimental es un burdo engaño;

Porque sabes que lo bello es la victoria de enamorarte cada día de la misma persona, de sus mismas manías;  Porque al final, siempre acabo escribiéndote.