19 febrero 2016

Nunca es siempre, todavía...

¿A qué altura se decide si el salto es de valiente o de suicida? 

Estoy de pie, justo en el punto en el que quería, esperando a que la realidad me abofetee de malas maneras, esperando a que me grite, no todo puede salirme siempre bien. 
Mirándolo desde tu posición, también te estoy mirando, te miro como si no fuera a verte nunca más, como si algún día fueras a desaparecer, como las flores que se secan, como los libros que se olvidan. 
Te miro queriéndote y queriéndome en el mismo salto, de tu mano, y me engancho a tu piel como si pudiera llevarme algo tuyo que nadie antes haya conseguido arrancarte. 
Me miras con la dulzura de un primer amor, como si todo el equilibrio estuviera en tus ojos, y cada vez que parpadeas se tambaleara. Me miras y el mundo entero tiembla.
Te miro y todo es lo que parece, aunque no lo sea, porque ahí fuera está lloviendo y en nuestra pequeña casa no existe el invierno, te miro y nos entiendo, y te encuentro mirándome con esa sonrisa de que todo va a salir bien.
Pero a veces tengo miedo, aunque contigo cruce sin mirar, aunque fume más de la cuenta, o me arriesgue a volar, y te miro de reojo para que no me lo notes del todo, y vuelvo a besarte, como si nos hubiéramos encontrado por sorpresa, y estoy tan cerca de todo lo que quiero que creo que todo lo demás está demasiado lejos, y al final todo está donde estás tú. 
Pero a veces tengo miedo de no saber tenerte a medias, de quererte siempre cerca y de los lunes, y tú vienes y me abrazas como si quisieras llegar al músculo, como si supieras soldar huesos con caricias, y entonces se que vale la pena encontrarte en lo que leo, en lo que escucho o en cualquier rincón en el que hayas estado conmigo. 

Entonces sé que vale la pena recordarte como si no pudieras irte nunca, y nunca es siempre, todavía.