Mi libertad
termina donde inicia mi pasado.
O al menos así
debiera ser, pero me resisto, me resisto a caber en el molde que se construyó
para mi. Empecé a escribir a los 14 años pero hasta hoy siento la necesidad
imperiosa de adjudicarme el derecho de hacer públicos mis pensares, es entonces
cuando cabe la frase de “Mujer que publica, mujer pública”. Soy mucho más que
una hija, una novia, una amiga, una amante… soy mucho más, soy una mujer con la
capacidad de transmutarme en todas las voces surrealistas que deambulan en mi
cabeza.
Escribir no debe
ser algo autobiográfico, no siempre, no para todo, escribir para mi es algo de
esquizofrenia, es la manía loca de hablar por mis múltiples personalidades, de
hablar por las vidas que vivo y por las que quisiera vivir. Mi tiempo en esta
tierra será relativamente breve, pero no mis pensamientos.
Podría escribir
sólo para mi, para mi terapia, pero eso sería tan absurdo como encender una
vela y meterla en una caja oscura, no habría luz.
Y es que, ¿quién,
quién tiene el derecho de acallar mi cerebro?
De hoy en
adelante quiero ser una mujer pública, tan pública como la puta canonizada de
Sabines, es desquiciante temer al rechazo y a las críticas por culpa de unas
letras que no se pueden quedar encerradas, ¡No!, quieren bailar en el papel, y
las voy a dejar hacerlo. ¿Quién, quién soy yo para impedírselo?
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