05 marzo 2015

No le busqueis titulo, no lo tiene...

A veces me siento lo suficientemente fuerte como para coger las riendas de mi creatividad y ponerme a escribir.
Me levanto del sofá. Corro por el pasillo antes de perder la fuerza y mientras tanto pienso en lo magnífica que va a ser mi obra, el reconocimiento y prestigio que va a tener y, en definitiva, lo bueno que va a ser el escrito que en breve haré.
Busco un papel en blanco y un boli con la desesperación del drogodependiente que busca su droga. Sufro mi particular síndrome de abstinencia. Encuentro el maldito papel y el maldito boli. Corro de nuevo por el pasillo hasta la mesa del salón. Esta vez con la sensación de que he tardado demasiado en cogerlo y de que la chispa de creatividad se ha esfumado, como se resbala el agua entre las palmas de  las manos, la misma sensación del músico sordo que se dispone a interpretar una melodía que sabe que nunca sabrá como suena.
Me siento. Me acomodo crujiendo todos los dedos de mis manos uno a uno, como advirtiéndoles de que de ellos dependo.
Coloco el folio ante mi y cojo el bolígrafo. Un segundo, dos segundos, tres segundos....ninguna idea....diez segundos....nada. Decido que necesito un cigarro. Me levanto y me dirijo a mi bolso colgado en la silla. Vuelvo a la mesa. Me siento, enciendo el cigarro y le doy una profunda calada. La bocanada de humo es inmensa y el hilo de humo que sale del cigarro hipnotiza, mientras la página sigue en blanco.
En la segunda calada al cigarro miro hacia abajo; y al ver el folio me doy cuenta de que me estoy enfrentando a un mundo, mejor dicho, a muchos mundos, o mejor dicho a todos los mundos posibles en mi mente... no es una hoja en blanco, soy yo misma la que está ahí indecisa como siempre. Hay infinitas palabras esperando a ser entrelazadas para formar las trenzas que yo quiera que formen, simplemente no se muestran porque no las cojo.
Me doy cuenta de que siempre me he dedicado a pensar en los mejores cestos de mimbre en vez de encontrar los hilachos de mimbre mas pequeños para ir tejiendo poco a poco.
Apago el cigarro. Cojo otra vez el bolígrafo y escribo la primera palabra... mi página ya no está en blanco.

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